El hidrógeno verde llegó a consolidarse, en los últimos años, como uno de los vectores más prometedores para la transición energética y la descarbonización de las industrias. Sin embargo, su desarrollo global no avanza al ritmo inicialmente proyectado.
Para 2025, se esperaba un volumen mayor de producción y una cartera más amplia de clientes, pero factores regulatorios, políticos y económicos ralentizaron ese proceso. Aun así, la tendencia es clara: el hidrógeno será esencial en los próximos 25 años para sectores difíciles de electrificar, como la siderurgia, la producción de fertilizantes, la química pesada o los combustibles sostenibles para la aviación.

A nivel internacional, las proyecciones son contundentes. La Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) estima que el hidrógeno y sus derivados podrían cubrir hasta el 12% del consumo final de energía en 2050 y aportar alrededor del 10% de la reducción de emisiones de CO2 necesarias para cumplir el objetivo de 1,5 °C. Para alcanzar ese escenario, se necesitarán cerca de 5.000 GW de electrolizadores instalados , frente a los apenas 0,3 GW existentes hoy , y una demanda eléctrica cercana a los 21.000 TWh , lo que equivale prácticamente al consumo global actual de electricidad. Estos números reflejan tanto la magnitud del desafío como la enorme oportunidad de negocios que representa esta nueva economía.

Es claro que la Argentina se encuentra muy bien posicionada en el mapa de recursos. La combinación de vientos intensos y regulares en la Patagonia, altos niveles de radiación solar en el noroeste y una amplia disponibilidad de tierras aptas para proyectos renovables la convierten en un país con condiciones naturales excepcionales para producir hidrógeno verde a costos competitivos. En un contexto global donde los países buscan diversificar proveedores y garantizar seguridad energética, esta ventaja podría traducirse en la posibilidad de convertirnos en un hub de exportación hacia Europa y Asia. Sin embargo, el principal cuello de botella no es tecnológico. La industria ya cuenta con la capacidad de producir hidrógeno verde, con sistemas de compresión, almacenamiento y digitalización que permiten escalar proyectos, además de la oferta de electrolizadores más eficientes. Lo que falta pulir y avanzar, es un marco regulatorio sólido que ofrezca seguridad jurídica y continuidad a largo plazo. Hoy, el principal desafío es la ausencia de off takers y de políticas públicas que definan reglas claras para atraer inversiones a largo plazo.

Si bien el hidrógeno verde es la meta final por su aporte a la descarbonización, en el mundo también avanzan otras alternativas intermedias que permitirán hacer la transición al 100% libre de emisiones, como es el hidrógeno azul (producido a partir de gas natural con captura de carbono) y el hidrógeno rosa (generado con energía nuclear). Estas variantes permiten desarrollar capacidades industriales y abrir mercados mientras se reducen costos de producción, aunque no eliminan completamente la huella de carbono. En Europa, por ejemplo, el hidrógeno rosa la regulación de la Unión Europea lo considera como renovable al cumplir criterios de baja intensidad de emisiones, acorde al artículo 26 (3) emitido por la Directiva sobre energías renovables-RED-. Ahora bien, existen posiciones encontradas entre los estados miembros, pero el avance de haberlo incluido es una apuesta en la aceleración de la descarbonización y diversificación de las fuentes de hidrógeno para alcanzar los ambiciosos objetivos climáticos de Europa, tales como los del Pacto Verde y REPowerE.

En el caso de nuestro país, el debate todavía es incipiente y carece de lineamientos claros. La mayor parte de las propuestas se enfocan en el hidrógeno verde, aprovechando el potencial de las renovables, pero no existe una hoja de ruta oficial que incorpore las otras variantes ni una regulación que delimite incentivos diferenciados.

Existen referentes que pueden ser de gran valor para concretar la normativa local. Chile, por ejemplo, ya aprobó su estrategia nacional de hidrógeno verde con metas específicas de producción y exportación. Brasil avanza, desde el 2023, con proyectos piloto y de mediana escala integrados a su potente matriz renovable, Uruguay y Colombia tienen normativas que dan previsibilidad a los inversores y en función de las mismas, establecen incentivos y metas de producción. Como país, debemos trabajar en conjunto con los entes regulatorios en un plan, claro y estable en el tiempo, de incentivos para contrarrestar la volatilidad política y económica que genera incertidumbre en un sector que depende de estabilidad para madurar proyectos de gran escala.

Más allá de las exportaciones, el hidrógeno verde abre puertas para transformar la industria local. Podría ser una pieza clave en la reconversión de la refinación de petróleo, por ejemplo, o en la movilidad pesada —buses, camiones, trenes, aviones y barcos— donde la electrificación directa resulta más compleja. También permitiría avanzar en la generación de combustibles sintéticos, una alternativa estratégica en el camino hacia la neutralidad de carbono.

El potencial está sobre la mesa: aprovechar recursos renovables para impulsar una nueva industria, generar empleo local especializado y posicionar al país como exportador de energía limpia en un mundo cada vez más exigente con la reducción de la huella de carbono. En Siemens, trabajamos local e internacionalmente para trabajar junto al sector privado y público para dar los pasos clave que nos permitan seguir creciendo y posicionarnos como un jugador fundamental en la transición energética mundial.

Fuente: Ámbito