Un ingenioso experimento permite empezar a comprender la esquiva naturaleza cuántica del vacío.

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El vacío, en el sentido de ausencia total de cualquier cosa, ya sea materia o energía, no existe. Incluso si en una región determinada de espacio consiguiéramos no toparnos con nada, ni siquiera con una única partícula solitaria que lo cruce, seguiría habiendo allí una serie de «fluctuaciones», diminutas ondas de naturaleza cuántica que, apareciendo y desapareciendo continuamente, harían que ese espacio burbujeara de energía.

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