Los datos muestran que la expansión de los biocombustibles no ha comprometido la seguridad alimentaria: la caña de azúcar ocupaba solo el 1,6% de la vegetación nativa y el sector generó 2,2 millones de empleos con salarios un 46% más altos, escribe Glaucia Souza.
En la teoría de juegos, un juego de suma cero es aquel en el que el éxito de un jugador resulta en el fracaso de otro. Por ejemplo, en un partido de fútbol, ​​si un equipo gana, el otro pierde. Durante años, la narrativa sobre la expansión de los biocombustibles ha estado dominada por el dilema de la competencia entre la bioenergía y los alimentos, un falso juego de suma cero.

Cultivos tradicionales como la soja, el maíz y la caña de azúcar han sido analizados y descartados en algunas políticas destinadas a descarbonizar el transporte mediante la sustitución de combustibles fósiles por biocombustibles. Hace una década, la disponibilidad de tierras era una preocupación. Demostramos que se necesitaría una pequeña fracción de tierra para la producción de cultivos energéticos para sustituir una cantidad significativa de combustibles fósiles.

Menos de 13 millones de hectáreas se destinaban a la producción de biocombustibles, de un total de 1.500 millones de hectáreas destinadas a la producción de alimentos y tierras de cultivo, y 3.000 millones de hectáreas destinadas a pastos. Además, los biocombustibles podrían expandirse a pastizales degradados, reponiendo los suelos y potencialmente creando nuevas áreas disponibles para la producción de alimentos.

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que necesitamos reemplazar el 10% de los combustibles fósiles por biocombustibles para 2030 como parte de los esfuerzos para lograr la neutralidad de carbono para 2050.

Sin embargo, el progreso ha sido limitado, principalmente debido a las dificultades tecnológicas para producir biocombustibles a partir de residuos. Y ahora, con la reciente demanda de reemplazo de combustibles fósiles en la aviación y el transporte marítimo, se reaviva el debate sobre el uso de cultivos alimentarios para biocombustibles y cómo esto podría afectar la seguridad alimentaria.

En un mercado competitivo, dos empresas competidoras pueden beneficiarse mutuamente de las innovaciones y mejoras de productos de la otra. Por ejemplo, si la empresa A lanza un nuevo teléfono inteligente que aumenta la demanda de un componente específico, la empresa B puede innovar, ofreciendo productos complementarios o creando sinergias que reduzcan el costo de dicho componente. El crecimiento del mercado no es un proceso de suma cero.

La agricultura brasileña es un ejemplo de ello: la expansión de la producción de bioenergía no ha perjudicado la producción de alimentos, sino que la ha complementado. En los últimos 50 años, Brasil ha implementado una matriz energética mayoritariamente renovable, con un 16,9 % de la energía utilizada proveniente de la caña de azúcar y un 15,8 % de otras fuentes de biomasa, que contribuyen al 86,1 % de nuestra electricidad renovable.

De 1975 a 2024, Brasil evitó la emisión de 1400 millones de toneladas de CO₂eq con etanol y 200 millones de toneladas con biodiésel. Y todo esto al mismo tiempo que se convertía en el mayor productor y exportador mundial de soja, café, jugo de naranja, azúcar, pollo y carne de res, así como de maíz y celulosa. Cabe destacar que el país conserva el 66% de su territorio con bosques. La expansión del cultivo de caña de azúcar se ha dado principalmente en pastizales degradados y zonas agrícolas, con menos del 1,6% de cobertura sobre la vegetación natural.

Además, los biocombustibles tienen un impacto positivo en indicadores socioeconómicos como la alfabetización, la escolarización y los salarios. El sector del azúcar y el etanol emplea formalmente al 86,98% de la fuerza laboral y ofrece salarios un 46% superiores a los de otros cultivos.

En 2023, generó 2,2 millones de empleos e incrementó el PIB per cápita en los municipios con ingenios. El Programa PNPB cuadriplicó los ingresos familiares de los pequeños productores de soja.

La bioenergía sostenible, con una buena gobernanza, puede beneficiar la seguridad alimentaria. La integración de la producción de alimentos y la bioenergía, como la segunda cosecha de soja con maíz o de caña de azúcar con maní, aumenta la eficiencia, reduce las emisiones y aporta beneficios ambientales. Ejemplos como estos, ampliamente estudiados en el ámbito académico, indican que la bioenergía tiene un impacto limitado en la disponibilidad de alimentos e incluso puede beneficiar la producción alimentaria a escala familiar.

Por otro lado, la mayoría de los informes negativos sobre esta combinación provienen de países desarrollados y se basan en modelos, no en observaciones reales. No existe correlación entre los impactos de la bioenergía y si el cultivo es alimentario o no. En un año en que Brasil será sede de la COP30, un evento global crucial para debatir el avance de la agenda climática de forma sostenible, es fundamental alinear el conocimiento científico con la narrativa de la sostenibilidad de la bioenergía en los principales foros de toma de decisiones.

Para ello, sugiero consultar la ficha informativa del Programa de Investigación en Bioenergía de la FAPESP BIOEN, que proporciona datos sobre la trayectoria de descarbonización de Brasil, describiendo sus políticas, su modelo agrícola y el potencial de otros países.

Fuente: Axes